Claves semanales del 14 al 18 de abril de 2025
14 de abril de 2025
3 min de lectura
En las últimas semanas, la economía global ha estado marcada por una creciente incertidumbre derivada del recrudecimiento de la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Aunque se decretó una pausa de 90 días en la aplicación de los aranceles recíprocos, esta medida ha sido solo parcialmente efectiva para contener el nerviosismo financiero. A pesar del respiro temporal, los mercados han seguido mostrando tensiones: las rentabilidades de los bonos del Tesoro estadounidense se han disparado y el dólar se ha debilitado, indicando una salida de capitales de los activos denominados en esa divisa.
Monitor de mercado


A modo de recordatorio, a lo largo de 2025, la política arancelaria de Estados Unidos ha experimentado una transformación abrupta y altamente disruptiva. El año comenzó con un incremento sostenido en los aranceles medios aplicados a las importaciones, que pasaron del 2,5% inicial a un promedio del 23% tras la introducción de tarifas adicionales del 20% sobre productos chinos, medidas sectoriales del 25% y una estructura de aranceles “recíprocos” país por país. Ante la presión del mercado —reflejada en una venta masiva de bonos del Tesoro, la caída de la renta variable y la depreciación del dólar—, la administración estadounidense anunció súbitamente la mencionada moratoria arancelaria, lo cual generó un repunte temporal en las bolsas: el S&P 500 subió un 9,5% en un solo día, una de las mejores jornadas desde 1928. Sin embargo, el optimismo duró poco. Los inversores pronto comenzaron a cuestionar la sostenibilidad de la tregua comercial y los rendimientos de los bonos siguieron subiendo, reflejando la persistente preocupación por el coste financiero del conflicto.
Si bien los aranceles recíprocos quedaron en pausa para la mayoría de países, no ocurrió lo mismo con China, que vio cómo sus exportaciones hacia EE. UU. fueron gravadas con una media del 145%, mientras que el gigante asiático respondió con aranceles del 125% sobre productos estadounidenses. Este cruce de medidas ha llevado a una situación cercana al bloqueo comercial: algunos analistas estiman que, sin desescalada, el comercio bilateral entre ambos países podría caer en torno a un 70%. El impacto sobre el crecimiento de China será significativo y podría oscilar entre el 1,5% y el 3%, aunque probablemente parte de esa caída se amortigüe con estímulo fiscal. Para Estados Unidos, el golpe directo será menor en términos de exportaciones, pero se anticipa un encarecimiento de las importaciones, particularmente en bienes de consumo y componentes tecnológicos difíciles de sustituir, lo que podría alimentar presiones inflacionistas.
En todo caso, más allá del impacto inmediato de los aranceles y su posterior congelación parcial, lo que comienza a emerger como un elemento de fondo es el deterioro en la percepción de fiabilidad de la política económica estadounidense. La aparente reacción tardía y forzada de la administración, que pausó los aranceles solo tras una intensa presión del mercado de deuda, ha reforzado la idea de una “put de Trump” poco creíble y dependiente del estrés financiero. Aunque la Casa Blanca ha manifestado su voluntad de abrir negociaciones bilaterales con aliados comerciales clave —como Japón, Corea del Sur o Vietnam—, por ahora el mercado sigue descontando un desenlace poco constructivo. Esta pérdida de credibilidad está contribuyendo no solo al repunte de las primas de riesgo y de las rentabilidades en la deuda pública, sino también a una depreciación sostenida del dólar, pese a contar con diferenciales de tipos a su favor.
Desde una perspectiva macrofinanciera, la situación también es preocupante. El paralelismo en la caída de los mercados bursátiles, la renta fija y la moneda estadounidense es un fenómeno poco común en economías avanzadas, y suele verse en mercados emergentes bajo presión. El incremento de casi 60 puntos básicos en las rentabilidades de los bonos del Tesoro a 10 años en apenas dos días refleja no solo una pérdida de confianza en esos activos como refugio, sino también un incremento repentino en el coste de financiación para el gobierno. Esto llega en un contexto en el que el déficit fiscal estadounidense ya está en niveles elevados y requiere una fuerte emisión de deuda para su cobertura. La narrativa de que estas medidas eran parte de una estrategia para abaratar el coste del endeudamiento público se ha visto desacreditada por la propia reacción del mercado.
Este movimiento ha sacado a relucir una dimensión más estructural del problema: la percepción de Estados Unidos como destino seguro para la inversión global podría estar cambiando. Con una posición internacional neta de inversión (NIIP) negativa por valor de unos 25 billones de dólares —equivalente al 90% de su PIB— y con alrededor del 60% de los activos de reserva globales aún en dólares, cualquier corrección, aunque sea marginal, puede implicar flujos de salida de gran magnitud. Esto se agrava por propuestas no convencionales que han empezado a circular en Washington, como la conversión de bonos del Tesoro en títulos perpetuos o la imposición de tasas Tobin sobre capital extranjero, lo que genera inquietud adicional entre los inversores.
En este escenario, la actuación de los bancos centrales podría volverse clave. Mientras el Banco Central Europeo parece inclinarse hacia una bajada de tipos en su próxima reunión, como respuesta al enfriamiento económico y la desaceleración de la inflación, la Reserva Federal enfrenta un dilema más complejo. Aunque el dato de inflación de marzo sorprendió a la baja —con una subida mensual del IPC subyacente de apenas el 0,06%—, esta cifra se vio afectada por componentes volátiles, como transporte y turismo, y aún no recoge plenamente los efectos de los aranceles. Además, las expectativas de inflación, según la encuesta de la Universidad de Michigan, han repuntado de forma preocupante, con una previsión a un año del 6,7%, la más alta desde 1981. Esta divergencia entre las métricas actuales y las expectativas futuras podría obligar a la Fed a mantener una política más restrictiva de lo inicialmente previsto.
En resumen, el entorno económico global se encuentra en un punto de inflexión. La pausa arancelaria no ha sido suficiente para calmar a los mercados, y los efectos de la guerra comercial entre Estados Unidos y China podrían ser más duraderos de lo anticipado. Mientras tanto, la combinación de debilidad macroeconómica, tensiones comerciales y señales contradictorias en la política monetaria plantea riesgos significativos para la estabilidad financiera internacional.
No obstante, la situación sigue siendo reversible. La moratoria de 90 días ofrece un margen para reconducir tensiones si las negociaciones bilaterales avanzan con rapidez y credibilidad. Si se recupera cierta coherencia en la política económica y se estabiliza el marco geopolítico, el capital internacional podría volver a asignarse con menor aversión al riesgo, contribuyendo a una normalización progresiva de las condiciones financieras globales.