Claves semanales del 24 al 28 de marzo de 2025
24 de marzo de 2025
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En un entorno marcado por tensiones comerciales crecientes, la política monetaria global se mueve con cautela, pero sin un rumbo unificado. En Estados Unidos, la Reserva Federal se enfrenta a un momento especialmente complejo. A pesar de que las proyecciones internas apuntan todavía a dos recortes de tipos para este año, hay una evidente disonancia entre los mensajes del comité y la postura del presidente de la institución. La confianza mostrada por Jerome Powell en que los efectos inflacionistas de los nuevos aranceles serán transitorios contrasta con la falta de claridad del entorno y con una inflación que, lejos de disiparse, sigue sin ofrecer signos contundentes de alivio. En este sentido, las previsiones del mercado apuntan a que el PCE subyacente de febrero, que conoceremos esta semana, registrará un aumento mensual del 0,3%, lo que llevaría la tasa interanual al 2,7%, sin haber incorporado aún el impacto pleno de las medidas comerciales.
Monitor de mercado


En este contexto, crecen las sospechas de que la comunicación de la Reserva Federal no solo responde a fundamentos económicos, sino también a consideraciones políticas. La aparente minimización de los riesgos inflacionistas podría interpretarse como una estrategia para evitar tensiones con una administración que promueve simultáneamente una política comercial agresiva y una necesidad urgente de reducir los costes de financiación. El aumento de la carga por intereses en el presupuesto federal es evidente, y no parece descartable que la presión para relajar la política monetaria provenga tanto del frente económico como del político.
Al otro lado del Atlántico, el Banco de Inglaterra se muestra más prudente, manteniendo tipos sin cambios y reafirmando un enfoque “gradual y cuidadoso” en la flexibilización monetaria. La decisión se vio respaldada por una menor dispersión en las opiniones de los miembros del comité, lo que sugiere que el consenso sobre la dirección futura de la política está ganando terreno. Todo apunta a que, si la evolución de los salarios y las expectativas de inflación continúan en la dirección actual, una bajada de tipos en mayo podría estar sobre la mesa.
A ello se suma la disminución de la incertidumbre sobre los aranceles, la moderación de los precios energéticos y un entorno global aún débil, lo que refuerza la posibilidad de nuevas reducciones.
En Japón, la situación es distinta pero no menos tensa. Aunque el Banco de Japón ha mantenido su política sin cambios, su gobernador ha dejado entrever una postura algo más firme de cara al futuro. Si bien el escenario base continúa contemplando una subida de tipos en julio, no se descarta que la decisión se adelante a la reunión de mayo, siempre y cuando las dudas sobre el impacto de los aranceles se disipen y los mercados se mantengan estables. Por ahora, los datos de inflación ofrecen una lectura ambigua: mientras la inflación general ha bajado gracias a subsidios energéticos en febrero, la medida que excluye estos factores ha repuntado hasta el 2,6% anual.
En Europa continental, las voces dentro del Banco Central Europeo no terminan de alinearse sobre cómo responder a los efectos de los aranceles estadounidenses. Mientras la presidenta del BCE estima un impacto moderado en el crecimiento y cierta presión alcista sobre la inflación, otros miembros del consejo adoptan una visión más pesimista. Algunos consideran que las consecuencias sobre el crecimiento podrían ser mucho más severas, y que los efectos inflacionistas serían limitados. Esta divergencia refleja la incertidumbre general que envuelve el escenario económico europeo, aunque los últimos datos permiten seguir hablando de una desinflación gradual en la zona euro.
En América Latina, se observa una divergencia notoria en las respuestas de política económica. Brasil, pese a mostrar señales de fatiga en la actividad, ha optado por mantener una política monetaria restrictiva, con una preocupación clara por las expectativas inflacionistas. México, en cambio, ha iniciado un ciclo de recortes más agresivo, favorecido por una inflación más contenida y un panorama interno que roza la recesión. Ambas estrategias reflejan no sólo condiciones económicas distintas, sino también posturas institucionales frente a un entorno externo volátil.
En el ámbito de las expectativas de crecimiento, Estados Unidos sigue ocupando el centro del escenario. La administración ha reactivado con decisión su agenda proteccionista, y aunque los efectos inmediatos de los aranceles podrían parecer manejables en términos macroeconómicos, lo verdaderamente disruptivo es el impacto sobre la confianza empresarial. El renovado énfasis en políticas comerciales agresivas empieza a erosionar la percepción de un entorno predecible para los negocios, en un momento en que el margen de acción de la Reserva Federal se ha ido estrechando.
En Europa, la lectura es dual. Por un lado, los fundamentos macroeconómicos siguen siendo débiles, con un crecimiento apenas perceptible y una inflación que, aunque en descenso, se resiste a converger plenamente hacia los objetivos. Por otro lado, el cambio en la postura fiscal alemana ha aportado un inesperado colchón de estímulo, no tanto por su impacto inmediato en la demanda agregada, sino por el efecto psicológico que representa un giro hacia una mayor inversión pública tras años de disciplina estricta. No obstante, los aranceles estadounidenses ensombrecen este impulso: el riesgo de una respuesta fragmentada a nivel europeo vuelve a poner en evidencia las limitaciones estructurales del bloque.
China, por su parte, muestra una recuperación parcial y apoyada en estímulos selectivos, pero con una demanda interna aún débil, un mercado inmobiliario vulnerable y una exposición creciente al riesgo de aislamiento comercial. El renovado foco de EE.UU. en el desacople tecnológico añade una capa adicional de complejidad a una economía que ya lidia con una transición estructural delicada.
En suma, el escenario global actual no responde a las lógicas tradicionales de un ciclo maduro que se encamina hacia la normalización. Por el contrario, se está configurando una fase prolongada de ambigüedad, en la que la combinación de tensiones geopolíticas, fragmentación comercial y dilemas de política monetaria, obliga a repensar los marcos de análisis convencionales. No es casual que Powell repitiera hasta en 16 ocasiones la palabra “incertidumbre” en su reunión de la semana pasada, algo que también pudo apreciarse en los discursos de los presidentes de Banco de Inglaterra y el Banco de Japón.